El primer examen fue de un surrealismo similar a esto.
Hostia, lo pasé mal. La asignatura era Psicología General. Sí, tranquilos, sigo estudiando periodismo, pero es que esta asignatura tenía un horario muy bueno. La asignatura tiene unas normas muy sencillas. Hay que leer 4 ó 5 libros (libro arriba, libro abajo) y puedes elegir forma de evaluación. La de los niños responsables es ir presentándose a los diversos coloquios de cada libro y así evitas hacer un examen final. La otra consiste en estar tocándose los pies todo el año y jugarsela toda a un examen final. A todas luces es mejor la primera, claro que hay que echarle ganas. Pero vamos, que si yo fuera padre le diría a mi hijo que siguiera el primer método. Así que en esas estamos.
Como digo, hoy era el coloquio correspondiente al primer libro. El libro, aunque estuviera escrito español, hubiera entendido lo mismo. Es decir, casi nada. Suerte que en clase somos un grupito de españoles que nos lo repartimos, cada uno resumió una parte blablabla. Buen rollito, trabajando en equipo, un mundo feliz. Me alivió bastante ver que el resto de españoles (españolas en realidad, no tengo compatriotas machos en clase) estaba más o menos igual que yo. Cuando uno está jodido alivia mucho ver que el resto también lo está. Que mala gente somos. Todo el finde sin salir, encerrado en casa (puede que ya tocara un finde de estos), repasito, como pasta para variar, le echo valor y al toro. Empieza el show del examen...
Así de primeras el profe va y llega una hora tarde. Bien, ahí, con seriedad. Tanto renacimiento y tanta retórica y luego son unos impresentables. Apenas se disculpa. Nos acercamos las españolas y le comentamos, intentando aprovechar la fama de chollo que tiene el Erasmus, que somos extranjeritos tontitos que si no nos pone en un grupo especial para extranjeritos tontitos o similar. Nada. Parece que no hay trato de favor. La primera en la frente. Entramos a la sala del examen.
Más que un aula parece el corredor de la muerte. Terrible. El examen te lo hacen delante de toda la clase. La situación era tétrica, todos los alumnos italianinis en silencio, el profesor en su mesa y una silla amenazante vacia delante del profesor. Los pelos de punta. Parecíamos un pelotón esperando el momento del fusilamiento. Toda mi vida se me pasó por delante. Todos los exámenes que había hecho anteriormente, incluida selectividad, me parecían un agradable ratito con un profesor amigable. Esto era otra cosa. Íbamos a morir. Todos. No había piedad. Estaba sentenciado. Pero la cosa fue a peor.
La primera víctima acude al estrado. Qué forma de expresarse, qué lucidez, qué claridad de expresión oral. Raza superior. Estaba fascinado por cómo respondía a las preguntas esa italiana empollona y al mismo tiempo cagándome un poco en toda su familia y en que la jodía estaba dejando el listón en el infinito para el resto de alumnos. La clase escuchaba fascinada también. Empecé a pensar en que los italianos, en cuanto a expresión oral, están a años luz de los españoles. No hay más que verlos por las noches en la discoteca. Todo tiene su explicación. Los educan así desde que son un feto.La empollona estaría hablando como media hora. Lógicamente sacó un 30. Aquí puntúan los examenes sobre 30. Es otra cultura. La empollona recogió sus cosas y se fue feliz. A seguir empollando seguramente. El turno para la siguiente. Superado el primer impacto inicial y temiéndome el gran ridículo que se aproximaba por mi parte, empecé a fijarme en el contexto sociohistórico de la clase. Aquello era un pitorreo. La puerta abierta con personajes que se asomaban descaradamente y entraban y salían de la casa cuando les apetecía, un escándalo en el pasillo increible... Vamos, un ambiente de examen acojonante.
Pero lo mejor estaba por llegar. De pronto el profe se echa la mano al bolsillo, saca un billetaco y pregunta que si alguien le puede comprar una botella de agua. No me jodas. Momento que aprovechó la pelota de clase para coger rauda el dinero y regresar no menos rauda con sendas botellas de agua. El pelotismo es un virús universal que no entiende de fronteras. Pero quedaban más cosas. Un rato después llega una rubia y, mientras se examinaba un italianini, le planta un par de besos al profe. Era otra profesora. Curioso. La rubia se sienta al lado y, como si fuera una competición de ajedrez de las que salen por la tele se pone al lado del profe original para, al mismo tiempo, ir examinando a otro alumno. Bizarro, bizarro.
Aquello más que un bar parecía una taberna. En la mesa del profesor dos profesores, dos alumnos... un verdadero cachondeo. No se entendía nada. Un caos. Además el caos iba en progresión geométrica en el resto de la clase... Según pasaban las horas (y no exagero) el clima se iba tranquilizando pero a la par aumentaba la tensión. Queríamos hacer el examen las últimas para no tener la presión del resto de la clase y que no escucharan nuestro pobre italiano.
Pues bien, parecía que llegaba la hora de la muerte. La clase casi vacia, nadie por delante. Era el momento menos malo para ir al toro. Error. El profesor salió a la puerta y metió a no sé cuantos alumnos que estaban en la puerta. En realidad, pasé de los nervios al que-sea-lo-que-dios-quiera. Y desde este punto ya no recuerdo mucho hasta que la tía que me examinó me dijo que tenía que mejorar un poco la lengua pero que tenía un 28 de nota (recuerdo que sobre 30). Qué grande, ¿no? Te da subidón. Necesitaba algo de esto, te da moral.
Pero que sí, que saqué un sobresaliente (déjenme presumir ahora que puedo antes de que vengan tiempos peores) pero que me dejaron como sedado. Se pasó muy mal, la tensión era increible. Pero era como una varicela, es algo que hay que pasar, y cuanto antes mejor. Y parece que no salió mal del todo. Pero claro, luego dicen, pero ¿cómo no vas a salir a pegártela gorda esta noche si te acaban de decir que tienes un sobresaliente en tu primer examen de Erasmus y te dejan cambiarte a la nueva casa el 1 de diciembre? Pero esto último es otra historia. ¡Buenas noches, guap@s!