Para qué engañarnos, el primer cuatrimestre he sido feliz en Perugia. He tenido mis momentos, pero el 99% han sido risas y experiencias positivas en general. Además, según se acercaba la Navidad, cada vez estaba más hecho a Perugia. Eso es así, que le voy a hacer yo. Tanto es así que cuando iba ayer en el autobús hacia el aeropuerto para volver a Madrid llevaba una cara de gilipollas feliz que la flipas. Feliz por saber que aún me queda mucho tiempo por Perugia. Pensando que esto del Erasmus es como un pastel super tentador al que apenas le he dado unos bocados. Un pastel apetitoso que estoy contemplando babeando antes de hincarle el diente. Pero como siempre pasa, sucedió algo que truncó para siempre ese momento de indescriptible felicidad. Al lío.
Así me sentí en el aeropuerto de Roma: ¡atracado!
Llegamos las españolas a Fiumicino (creo que se escribe así, ya os digo que todavía no sé hablar en italiano) tras cuatro horas de autobús. En los transportes es donde más se nota que Italia es otra cultura. ¿Que quieren subir veinte personas cuando el autobús ya está lleno? Adelante. ¿Qué no has pagado el viaje? Tranquiiiiiilo, ¡ya lo pagarás! La cuestión es no alterarte por nada. Tú, cuando vayas a Italia, la clave es dejarte llevar. Cada cosa a su ritmo. No vayamos a ponernos nerviosos y hacer las cosas mal. En esas estábamos. En un autobús ilegal con una superpoblación de unas veinte personas. Así fuimos hasta que hicimos una parada en un pueblo. ‘Que los que van de pie se bajen, que en cinco minutos viene otro autobús’, dijo el conductor (o ‘autista’ que se dice en italiano, no me jodas). Para mí que lo del otro autobús era mentira podrida. Seguro que los que bajaron se han quedado allí congelados, como los de ‘Viven’.
Mola ir a los aeropuertos con tiempo porque así te puedes fijar tranquilamente en la fauna que por ellos transita. Cuando estábamos comiendo entró en escena un señor con un poco de pinta de vivir entre cartones. Pero para vivir entre cartones tenía mucha clase el tío. El señor, con las piernas cruzadas, sacó una botella de vino y se puso a beberla en copa como un gentleman. Acto seguido, se levanta, entra en una tienda de ropa del aeropuerto y sale con unos pantalones. Queda demostrado que está feo juzgar a las personas por las apariencias. Tras la comida con espectáculo, facturamos el equipaje y nos dirigimos al control a buscar problemas.
Ahora que han pasado unos días para asimilar el duro golpe y que veo los hechos con más perspectiva, empiezo a darme cuenta de que lo mismo yo también soy un poquito gilipollas o, cuanto menos, despistado. Una vez pasado el scanner, viene un gorila y me dice algo de 'tavolo'. Más tarde comprendí que quería decir que pusiera mi equipaje de mano sobre la mesa ('tavolo' en italiano) para, básicamente, joderme la vida. Yo me sentí importante, porque eso de que te abran la maleta te hace sentir diferente al resto. Además se crea expectación a tu alrededor. '¿Qué tipo de drogas llevará ahí dentro?', escuché que comentaban un par de viejecitas entre ellas. Lo bonito del momento se fue diluyendo según veía las pintas de mala hostia del gorila. Por un momento también se me pasó por la cabeza la idea de que dentro de mi maleta hubiera alguna sustancia prohibida. De verdad, hubiera preferido un millón de veces que me detuvieran por llevar marihuana antes de pasar por lo que tuve que pasar.
El gorila empieza a revolver la maleta en busca de la droga. Me empiezo a imaginar cómo será la vida en el calabozo. La empezaba a encontrar casi llevadera cuando el gorila me saca de mis pensamientos: '¿dónde están dos botes que hemos visto en el scanner?'. ¡Acabáramos! Todo el problema se reducía a dos inocentes botes de tartufo (una delicatessen de la zona que había pensado disfrutar con mi familia en estos días entrañables). Yo me pongo guasón, pensando que era un mero trámite: 'Sí, sí, tartufo, buenísimo oiga', le comento al gorila (jugándome un poco la vida, todo hay que decirlo). Cuando me las prometía tan felices, el gorila me dice que uno de los botes de tartufo, el más caro, no podía volar conmigo.
Yo también estoy un poco gilipollas, porque el caprichoso bote de crema de tartufo tenía más de 100 mililitros y claro, según la Biblia, no se puede llevar en el equipaje de mano. Joder, hay que ser consecuentes, lo mismo hago una bomba con el tartufo y la lío. Es que yo también parezco nuevo. El gorila me da un ultimátum: 'O lo tiras o lo facturas'. Atiza. Con la tensión del momento, el choque cultural y demás me empiezo a poner pomodoro y el tio me parece que habla en chino. El gorila ve que estoy sufriendo con el italiano (que no coño, no preguntéis más, sigo sin saber italiano) y prueba en inglés. Yo cuando me pongo nervioso, como si me hablas con gestos, que no entiendo una mierda. La situación me superaba, estaba a punto de ponerme a llorar. Entonces llego Beatriz-intérprete a traducirme al madrileño las palabras del gorila...
Tras mirar la interminable cola del control decidí, con lágrimas en los ojos, sacrificar el bote de crema de tartufo. Nos conocíamos de poco tiempo, pero la nuestra había sido una relación intensa. La primera vez que lo probé entendí que ese botecillo de mierda costara la friolera de 9€. No era fácil desprenderse de él. El gorila aumentó la tensión del momento cuando empezó a humillarme: '¿Seguro que sabes inglés? Porque no lo parece...'. Jodeputa de los grandes el gorila. En otra vida, cuando sea traficante de drogas (es que acabo de ver 'American Gangster') o estrella de rock (ayer fui al cierre de gira de Fito) mandaré que lo maten. A sangre fría. Pero lo peor estaba aún por llegar...
Deshago un precioso envoltorio hecho con mucho amor donde estaba el bote de crema de tartufo y se lo entrego al gorila: 'Toma, por mi como si te lo metes por el culo'. Recuerdo lo que pasó a continuación y, a pesar del tiempo que ha pasado, se me ponen los ojos inyectados en sangre de la rabia que me dio. El gorila, sin mediar palabra, señala una basura en plan: 'Tíralo a la basura tu mismo, que yo soy tan retrasado que sólo me pagan por estar aquí de pie jodiendo la vida a gente honrada que vuelve por Navidad a su hogar con maletas de mano cargadas de ilusiones en forma de crema de tartufo'. Humillado, triste y cabizbajo me dirijo a la papelera y tiro el bote con la misma rabia que si lo tirara a la sien del gorila. La próxima vez, sólo por joder, llevaré en la maleta de mano mil botecitos de tartufo de 99 mililitros...
Disfrutad de vuestras Navidades los que aún podáis porque en casa de los Spaghetti estas fechas, sin tartufo, van a ser muy duras.
viernes, 21 de diciembre de 2007
Perugia Capítulo XVI: En el aeropuerto de Roma no tienen corazón (y además son unos josdeputa) TERMINADO!!!
Publicado por Dani Casucci en 15:21
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5 comentarios:
Jo daniel, terminalo!! Todo es mejor en Perugia si señor...
Daniiii,como dejas a medias el "spot"!!!Menudo viajecito!Increible lo del autobus,y sigo flipando con la destreza de las motiyos adelantando al bus. Q habra sido de aquellos q sobraban en el autobus...
deja de estudiar y continua el blog anda xD
feliz navidad!!
y feliz año nuevo que ya queda poco!! jaja
bueno nene, pásalo muy bien por madrid y buen viaje de vuelta a italy!
besitossssssss
miriam
**
me troncho...han pasado 9 meses y esq m parto todavia...dios! nueve meses ya! el tiempo vuela...
Jajaja buenísimo. .. me meo de ka risa y eso que la situación debió de ser un horror... por un bote de tartufo
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